Desde hace muchos años hay una cosa que siempre he tenido muy clara; la gran importancia de estudiar en el extranjero. Ya con doce años mis padres me mandaron un año interno a Inglaterra y, ni que decir tiene, que los comienzos fueron cuanto menos difíciles.
Era un idioma desconocido, gente desconocida, un sistema educativo distinto, una cultura distinta, la gastronomía, … al principio creí que no aguantaría, pero después de un curso no me quería volver.
Después de un curso intensivo de un mes en Suiza, me enviaron a terminar mis estudios a Estados Unidos, y siempre recuerdo esos dos años de mi vida como una de las de mayor crecimiento personal que he vivido. Tuve la suerte de ir a una escuela en la que convivíamos aproximadamente 20 nacionalidades y en esos dos años aprendí a valorar las diferencias culturales que existían entre unos y otros, sin prejuicios. Me enseñaron a ser más flexible a la hora de valorar a las personas, además de enseñarme a adaptarme a unas costumbres que no eran las de mi país de origen.
Posteriormente tuve la posibilidad de vivir una nueva experiencia, aunque esta vez me dieron la oportunidad de trabajar como monitor durante un mes de verano con un grupo de 15 estudiantes bajo mi responsabilidad al sur de Inglaterra. Sinceramente creo que el estudiar o vivir un mínimo de un año en el extranjero es una experiencia necesaria en este mundo en el que cada vez hay menos fronteras y la globalización llama a nuestras puertas.